“Fue un aprendizaje para todas. Para ellas, para las guardiacárceles y para la entrenadora. Y, claro, para mí”, le dice a LA GACETA Literaria la escritora Agustina Caride, autora del libro ¡Vamos las pibas! - Las Espartanas, el primer equipo de rugby de mujeres en prisión (Editorial Marea). Caride pasó largas jornadas en el pabellón femenino 2 de la Unidad de máxima seguridad 47 del penal de San Martín, Provincia de Buenos Aires, dialogando con las integrantes de ese equipo que se armó en 2016 y cuya experiencia se repite en 60 penales de 16 provincias a través de la Fundación Espartanos, que empezó con el rugby masculino.

En Tucumán, la Fundación Espartanos trabaja con detenidos de la Unidad Penitenciaria Provincial Nº 1 y de la Nº 5 de Jóvenes Adultos. Además de Argentina, hay equipos en Chile, El Salvador, España, Kenia, Perú y Uruguay. Pero Caride centró su trabajo en esas mujeres bonaerenses. El rugby fue la excusa para contar sus historias de violencia y una prueba de que el deporte es una herramienta de inclusión.

Valores del juego limpio

“Aprendí a no prejuzgar. Entendí los beneficios de un deporte en equipo, los valores que pueden transmitirse y aprenderse desde un juego cuando se juega limpio. Aprendí que no soy especial. Ahí adentro ellas me sacaron ese ego de escritora. Yo era una más. Sin dudas valoré la vida, la libertad, el lugar privilegiado en el que nací y crecí”, agrega Caride, también paisajista y tallerista literaria (@agusscaride).

Su trabajo de campo comenzó con los rígidos permisos que la pandemia permitía, poco después de escribir su novela Donde retumba el silencio, ganadora del Premio Clarín Novela 2021. No conocía a ninguna de las detenidas. Tampoco a la entrenadora, Carolina Dunn, quien también le abrió las puertas de ese mundo. Caride fue ganando la confianza hasta de las guardiacárceles. Las detenidas también se abrieron y se fortaleció un intercambio genuino. “Si al principio tenía prejuicios, terminé compartiendo todo con ellas. Hasta cosas personales que me pasaban. Me esperaban con el mate dulce, como a mí me gustaba, o con té”, destaca. Ella retribuía con plantas o pinturas para decorar el espacio en común de las detenidas.

Historias duras

Cinco entre tantas fueron las historias que contó. En algún punto, cada uno de los relatos la movilizó hasta hacerle recordar que ella, Caride, se fue de su casa a los 25 años “casi echada” por su padre. “Pero sus historias violentas -dice ahora- no tienen nada que ver con lo que me pasó”. “Cuando me iba -agrega- siempre me llevaba algo de adentro. El olor a cigarrillo, el frío en invierno o la música que seguía sonando por el volumen alto con que escuchan la cumbia”.

En el inicio de ¡Vamos las pibas! se advierte que sus páginas contienen historias difíciles. Al escribir el libro, recordó la incertidumbre de una de las detenidas al ser subida al camión penitenciario para ser trasladada al penal. Ninguna hablaba, todas se medían y cuidaban sus pocas pertenencias recogidas de apuro cuando se les llevaban de sus casas o de una comisaría. Los pequeños detalles contribuyen al armado de ¡Vamos las pibas!. Una de las protagonistas le contó que la traición moral de su pareja la llevó a la detención: no deja de esperar que el tipo dé la cara para recuperar la libertad. Otra recordó su ingreso con violencia silenciosa: le robaron un buzo Nike trucho que al otro día se lo vio puesto a una de las líderes. Así, cientos de casos.

Más allá de los prejuicios

Cuando empezaron a jugar al rugby en el penal de San Martín sobraban los prejuicios. Todas y todos creían que se trataba de un deporte sólo para hombres. Pero el tiempo demostró lo contrario. Las canchas estaban en pésimo estado y sin jugadores. Sin embargo, y de a poco, algunas detenidas empezaron a dejar los prejuicios de lado y a reunirse para jugar. La mayoría destacaba lo bien que les hacía respirar más aire libre del habitual. No tenían ropa acorde y mucho menos estado físico, pero con las prácticas eso mejoró. Incluso llegó un canal de televisión para contar la experiencia. “Fue un día soñado”, recuerda Caride. Otras veces salieron del penal para jugar contra otros equipos. “El día que jugaron un partido fuera del penal hubo tres que quisieron ir al baño, y tuvo que acompañarlas una guardia. Yo caminaba detrás de ellas, y era verlas como cuatro amigas, solo que una llevaba un arma colgada del cinturón. Pero se reían, charlaban como si realmente estuvieran en un entretiempo, o tercer tiempo. Eso me impactó. Creo que ese tipo de relación creció gracias a ser Espartanas, al deporte que de alguna manera iguala a todos”, opina.

Números y metáforas

Hoy, según informa la Fundación Espartanos en su página web, en San Martín “hay 155 jugadoras, 544 jugadores, 355 voluntarios, 835 colaboradores del Servicio Penitenciario (SP), 12 pabellones, 2 canchas de césped sintético, 2 aulas multifuncionales, 1 aula de informática, 1 auditorio y 2 gimnasios”. El porcentaje de reincidencia llegó al 5 %, y entre quienes no participan ascendió al 65. Cerca de mil presos y presas fueron capacitados para distintas profesiones. Cien tienen empleo formal en empresas que avalan la iniciativa o en paradores desde los que se brinda ayuda a gente en situación de calle.

“Algo que no sabía del rugby es que lo puede jugar cualquiera. Es decir, hay un puesto para cada uno, para distintos tipos de personas. Podés ser bajo o alto, gordo o flaco, torpe o hábil, rápido o lento. Igual jugás, existe un puesto para cada tipo. Por otro lado, era un deporte del que no conocían nada, ni una regla. Empezar era empezar no solo de cero, sino todas en el mismo nivel. Eso es ya una gran metáfora de muchas cosas en sus vidas. Ahí, donde hay que cuidar que no te roben las remeras o las zapatillas, donde está la líder, la tontita, la piola, de pronto eran iguales con iguales oportunidades. En el juego cada una fue encontrando dónde destacarse, qué ofrecer al equipo. Ser parte de un equipo también dice mucho: es aprender a convivir, a entender que cada movimiento que hagan beneficia o perjudica al resto. Leamos ‘resto’ como sociedad”, sintetiza Caride.

PERFIL

Agustina Caride nació en Buenos Aires en 1970. Estudió Letras en la UBA. Fue crítica literaria. Es autora de los libros El ladrón de finales (infantil) y Donde retumba el silencio, premio Clarín de novela. ¡Vamos las pibas! es su primer libro con cierta temática deportiva.

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Alejandro Duchini – Periodista. Colabora en Clarín y Página/12. Su último libro es Mi Diego.